Viernes 18/03/2016, 08:45:28
CAI,, análisis de Verona...
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Independiente: ganar confundePor Eduardo Verona
Las victorias a veces instalan verdades que no son tales. Independiente derrotó a Colón 4-1 y a Banfield 3-1, pero el equipo, más allá de algunas ráfagas, jugó mal. Mauricio Pellegrino, muy subordinado a los planteos de los rivales, siempre duda entre la cautela y la iniciativa. Esa indefinición atenta contra sus posibilidades.
En un poema escrito en 1895 por Joseph Rudyard Kipling (nació en Bombay, India, en 1865 y murió en Londres en 1936) titulado "Sí", el poeta y novelista que conquistó el Premio Nobel de Literatura en 1907, planteaba "encontrarse con el triunfo y la derrota y tratar a esos dos impostores de la misma manera".
Aplicado al fútbol, nadie desconoce que la derrota conmueve. Desestabiliza. Perturba. Genera desconfianzas, inseguridades, urgencias y suele provocar un tembladeral que, entre otras cosas, se lleva puesto al entrenador. La derrota, en definitiva, es un viejo impostor que modifica abruptamente los juicios de valor de las audiencias o del ambiente en general. Destruye hasta lo que un par de horas antes se calificaba como positivo.
¿Y el triunfo? Es en muchas oportunidades (más de las imaginadas) otro viejo impostor. Aquel que gana se la cree. Y se confunde. Se ve mejor de lo que es. Porque pretende encontrarle virtudes ocultas a la victoria que conquistó. Cuando quizás esa victoria no se produjo por una gran suma de virtudes, sino por las circunstancias siempre inmanejables que perduran en el fútbol de ayer y de hoy.
Por ejemplo, Independiente ganó los dos últimos partidos por 4-1 ante Colón y 3-1 frente a Banfield. ¿Pero jugó bien Independiente? No, de ninguna manera. Convirtió 7 goles, le anotaron 2 y sin embargo sus producciones fueron claramente deficitarias. No manejó los desarrollos con autoridad. No hizo pie en el medio, a pesar de sumar volantes con mayor o menor vocación de ataque para controlar la zona.
Es que no es una cuestión de poner a más jugadores o menos jugadores en el mediocampo para establecer una superioridad estratégica, como parece suponer el técnico Mauricio Pellegrino, siempre demasiado subordinado a lo que puede ofrecer el adversario de turno. Esa subordinación, más temprano que tarde se paga caro.
La auténtica superioridad se nutre del funcionamiento propio. Y no de sacar delanteros para meter otro volante, como lo hizo Pellegrino en el cruce ante Banfield, dejando de arranque a Germán Denis en el banco. Tampoco es cuestión de acomodar al equipo según si juega de local o de visitante. Eso tiene un sello que no puede ocultarse: debilidad. Y la debilidad siempre es compatible con el miedo. Caminan juntas. Se retroalimentan.
Transmitir miedo en el fútbol y en cualquier otra actividad condiciona todas las respuestas y todas las actitudes del presente y del futuro inmediato. Porque genera dudas. Porque no confirma el potencial que se dispone. Porque el rival termina olfateando esas flaquezas que en la cancha tienen un contenido muy evidente: no asumir el rol de principal protagonista. Esperar. Retroceder.Y agrandar al que está enfrente que se siente más agresivo y determinado de lo que en realidad es.
Independiente viene transitando por esos senderos de gran incertidumbre. Y se equivoca. Como se equivocan todos los equipos que dependen de los rendimientos, los planteos y los aciertos ajenos. Los 6 puntos que cosechó el Rojo en las últimas dos presentaciones no deberían precipitarlo a las lecturas triunfalistas. No siempre el que gana tiene la sartén por el mango. A veces es pan para hoy y hambre para mañana.
La mejor convicción, a pesar de los miedos que quitan soltura y del tacticismo de los entrenadores que interpretan que ellos son más importantes que los jugadores, sigue siendo jugar bien conservando la iniciativa con y sin la pelota. Resignando o perdiendo la iniciativa, como durante largos pasajes lo viene haciendo Independiente, es imposible jugar bien, aunque anote goles.
Los problemas de funcionamiento del equipo que conduce Pellegrino son, en gran medida, consecuencia directa de no afrontar la responsabilidad de tomar la iniciativa desde el mismo arranque de los partidos. Y cuando retrocede más de lo que presiona en el medio o en campo adversario para recuperar la pelota (como le ocurrió en el segundo tiempo ante Colón y en la primera etapa contra Banfield, por citar apenas dos ejemplos recientes), está más cerca del abismo que de la superación. Sin embargo comete ese error una y otra vez.
Sosteníamos que la derrota conmueve y desestabiliza y el triunfo, como buen impostor, quizás confunde. Independiente, su técnico y el plantel, tienen que hacer esfuerzos para no confundirse. Porque la realidad es que está jugando mal el equipo. Y la está pifiando Pellegrino con los permanentes cambios de sistemas y de intérpretes. Darse cuenta sería un buen punto de partida.
En versión libre, Joseph Rudyard Kipling lo aprobaría.
Las victorias a veces instalan verdades que no son tales. Independiente derrotó a Colón 4-1 y a Banfield 3-1, pero el equipo, más allá de algunas ráfagas, jugó mal. Mauricio Pellegrino, muy subordinado a los planteos de los rivales, siempre duda entre la cautela y la iniciativa. Esa indefinición atenta contra sus posibilidades.
En un poema escrito en 1895 por Joseph Rudyard Kipling (nació en Bombay, India, en 1865 y murió en Londres en 1936) titulado "Sí", el poeta y novelista que conquistó el Premio Nobel de Literatura en 1907, planteaba "encontrarse con el triunfo y la derrota y tratar a esos dos impostores de la misma manera".
Aplicado al fútbol, nadie desconoce que la derrota conmueve. Desestabiliza. Perturba. Genera desconfianzas, inseguridades, urgencias y suele provocar un tembladeral que, entre otras cosas, se lleva puesto al entrenador. La derrota, en definitiva, es un viejo impostor que modifica abruptamente los juicios de valor de las audiencias o del ambiente en general. Destruye hasta lo que un par de horas antes se calificaba como positivo.
¿Y el triunfo? Es en muchas oportunidades (más de las imaginadas) otro viejo impostor. Aquel que gana se la cree. Y se confunde. Se ve mejor de lo que es. Porque pretende encontrarle virtudes ocultas a la victoria que conquistó. Cuando quizás esa victoria no se produjo por una gran suma de virtudes, sino por las circunstancias siempre inmanejables que perduran en el fútbol de ayer y de hoy.
Por ejemplo, Independiente ganó los dos últimos partidos por 4-1 ante Colón y 3-1 frente a Banfield. ¿Pero jugó bien Independiente? No, de ninguna manera. Convirtió 7 goles, le anotaron 2 y sin embargo sus producciones fueron claramente deficitarias. No manejó los desarrollos con autoridad. No hizo pie en el medio, a pesar de sumar volantes con mayor o menor vocación de ataque para controlar la zona.
Es que no es una cuestión de poner a más jugadores o menos jugadores en el mediocampo para establecer una superioridad estratégica, como parece suponer el técnico Mauricio Pellegrino, siempre demasiado subordinado a lo que puede ofrecer el adversario de turno. Esa subordinación, más temprano que tarde se paga caro.
La auténtica superioridad se nutre del funcionamiento propio. Y no de sacar delanteros para meter otro volante, como lo hizo Pellegrino en el cruce ante Banfield, dejando de arranque a Germán Denis en el banco. Tampoco es cuestión de acomodar al equipo según si juega de local o de visitante. Eso tiene un sello que no puede ocultarse: debilidad. Y la debilidad siempre es compatible con el miedo. Caminan juntas. Se retroalimentan.
Transmitir miedo en el fútbol y en cualquier otra actividad condiciona todas las respuestas y todas las actitudes del presente y del futuro inmediato. Porque genera dudas. Porque no confirma el potencial que se dispone. Porque el rival termina olfateando esas flaquezas que en la cancha tienen un contenido muy evidente: no asumir el rol de principal protagonista. Esperar. Retroceder.Y agrandar al que está enfrente que se siente más agresivo y determinado de lo que en realidad es.
Independiente viene transitando por esos senderos de gran incertidumbre. Y se equivoca. Como se equivocan todos los equipos que dependen de los rendimientos, los planteos y los aciertos ajenos. Los 6 puntos que cosechó el Rojo en las últimas dos presentaciones no deberían precipitarlo a las lecturas triunfalistas. No siempre el que gana tiene la sartén por el mango. A veces es pan para hoy y hambre para mañana.
La mejor convicción, a pesar de los miedos que quitan soltura y del tacticismo de los entrenadores que interpretan que ellos son más importantes que los jugadores, sigue siendo jugar bien conservando la iniciativa con y sin la pelota. Resignando o perdiendo la iniciativa, como durante largos pasajes lo viene haciendo Independiente, es imposible jugar bien, aunque anote goles.
Los problemas de funcionamiento del equipo que conduce Pellegrino son, en gran medida, consecuencia directa de no afrontar la responsabilidad de tomar la iniciativa desde el mismo arranque de los partidos. Y cuando retrocede más de lo que presiona en el medio o en campo adversario para recuperar la pelota (como le ocurrió en el segundo tiempo ante Colón y en la primera etapa contra Banfield, por citar apenas dos ejemplos recientes), está más cerca del abismo que de la superación. Sin embargo comete ese error una y otra vez.
Sosteníamos que la derrota conmueve y desestabiliza y el triunfo, como buen impostor, quizás confunde. Independiente, su técnico y el plantel, tienen que hacer esfuerzos para no confundirse. Porque la realidad es que está jugando mal el equipo. Y la está pifiando Pellegrino con los permanentes cambios de sistemas y de intérpretes. Darse cuenta sería un buen punto de partida.
En versión libre, Joseph Rudyard Kipling lo aprobaría.