Viernes 05/01/2018, 11:25:36
Barcos de ayer y de hoy
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La dirigencia le prometió al Turri una futura venta (la palabra se debe cumplir) y también es entendible que un jugador profesional quiera asegurar su futuro económico.
Imagínense por un momento en la mente de Barco. Estás por cobrar una guita que jamás viste ni en sueños. Te salvás vos y tu familia. Te ronda en la cabeza lesionarte feo, -algo muy común en el fútbol de hoy-, y más por el estilo de juego que tiene el pibe. Los que lo manejan venden a su abuela por un alfajor.
Por otro lado, tenés la posibilidad de hacer un año deportivo superador y ganar el triple. Si Barco está en rebeldía es porque pesa más el tema de una posible lesión y porque todavía es muy chico para pensar con madurez.
Si tenés condiciones (y vaya si las tiene) no te podés conformar con una primera oferta en el fútbol yanqui... por más buena que sea. Más después de ser figura en una final internacional. Eso te asegura (hasta hace 2 días al menos) inmunidad con los hinchas por tiempo indeterminado y la titularidad en torneos prestigiosos para seguir demostrando.
La verdad de la cosa es que la gloria deportiva queda reservada, -casi en su totalidad-, al hincha, que paradójicamente desde su buena voluntad e inocencia (me incluyo) es el único que mantiene este negocio ultra millonario donde pibes como Barco son apenas una sencilla muestra de como las grandes sumas de dinero se llevan puesto todo por el camino. Pensemos sencillamente en Tévez.
Antes, la inmensa mayoría de los jugadores llegaba a primera por amor al juego, al potrero, y por el reconocimiento deportivo. Hoy es a la inversa. Se llega a primera para ser vendido. En este sentido es muy valorable lo que hizo Benítez por ejemplo, inclusive siendo muy resistido,
Lamentablemente, el sentido de pertenencia, el amor al club y a la camiseta, la gloria deportiva como tal, ya no existen en el jugador de hoy. Por eso, de Bochini, del chivo Pavoni, de Pepé Santoro y de otros pocos se va a hablar hasta que el mundo deje de ser mundo y de los demás sólo quedará la estadística.
Y no solamente porque los recién mencionados sean seres tocados por la varita roja de la gloria y el talento, sino también porque son de una época donde la guita no era lo más importante. Porque no había tanta y por lo tanto no se deseaba como ahora.
Uno podía ser feliz con menos sin tener que dejar su lugar en el mundo.
Imagínense por un momento en la mente de Barco. Estás por cobrar una guita que jamás viste ni en sueños. Te salvás vos y tu familia. Te ronda en la cabeza lesionarte feo, -algo muy común en el fútbol de hoy-, y más por el estilo de juego que tiene el pibe. Los que lo manejan venden a su abuela por un alfajor.
Por otro lado, tenés la posibilidad de hacer un año deportivo superador y ganar el triple. Si Barco está en rebeldía es porque pesa más el tema de una posible lesión y porque todavía es muy chico para pensar con madurez.
Si tenés condiciones (y vaya si las tiene) no te podés conformar con una primera oferta en el fútbol yanqui... por más buena que sea. Más después de ser figura en una final internacional. Eso te asegura (hasta hace 2 días al menos) inmunidad con los hinchas por tiempo indeterminado y la titularidad en torneos prestigiosos para seguir demostrando.
La verdad de la cosa es que la gloria deportiva queda reservada, -casi en su totalidad-, al hincha, que paradójicamente desde su buena voluntad e inocencia (me incluyo) es el único que mantiene este negocio ultra millonario donde pibes como Barco son apenas una sencilla muestra de como las grandes sumas de dinero se llevan puesto todo por el camino. Pensemos sencillamente en Tévez.
Antes, la inmensa mayoría de los jugadores llegaba a primera por amor al juego, al potrero, y por el reconocimiento deportivo. Hoy es a la inversa. Se llega a primera para ser vendido. En este sentido es muy valorable lo que hizo Benítez por ejemplo, inclusive siendo muy resistido,
Lamentablemente, el sentido de pertenencia, el amor al club y a la camiseta, la gloria deportiva como tal, ya no existen en el jugador de hoy. Por eso, de Bochini, del chivo Pavoni, de Pepé Santoro y de otros pocos se va a hablar hasta que el mundo deje de ser mundo y de los demás sólo quedará la estadística.
Y no solamente porque los recién mencionados sean seres tocados por la varita roja de la gloria y el talento, sino también porque son de una época donde la guita no era lo más importante. Porque no había tanta y por lo tanto no se deseaba como ahora.
Uno podía ser feliz con menos sin tener que dejar su lugar en el mundo.
El buen jugador no brilla. Brilla el juego que produce ese jugador. Y a veces brillan por él jugadores menos jugadores que aquel que hace brillar el juego. Dante Panzeri.