Jueves 24/11/2016, 19:21:49
Freddie Mercury
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Se cumplen 25 años de la muerte del líder de Queen víctima del sida. Pero el espectáculo, como el quería, todavía continúa. Larga vida a la reina.
Hace veinticinco años y un día, el 23 de noviembre de 1991, Freddy Mercury verbalizó algo que muchos intuían. Lo hizo con un comunicado de prensa con el que pasó de ser uno de los mejores cantantes de rock de la historia a convertirse también en un referente de la lucha contra el VIH. "Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo el sida. Es hora de que mis amigos y mis fans en todo el mundo conozcan la verdad, y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella”, explicaba el cantante a través de su portavoz Roxy Meade.Era la primera vez que una estrella admitía padecer esta enfermedad en lo más alto de su carrera –al menos de cara a su público que ignoraba su estado real–, pero también la confesión que cambió para siempre la percepción pública sobre una pandemia que, hasta entonces, casi nadie miraba a la cara.“Mi intimidad siempre ha sido algo especial para mí y soy conocido por las pocas entrevistas que concedo. Por favor, comprendan que esta pauta continuará", decía Mercury para zanjar el tema. Un día después, el 24 de noviembre de 1991, moría. Podría haberlo hecho en silencio. Pero su valentía sirvió de inspiración a miles de enfermos que se negaron a seguir viviendo en la sombra avergonzados por algo de lo que no tenían culpa.
Porque no hay que olvidar que hoy la lucha contra el sida es algo capaz de reunir a grandes nombres en galas pomposas para recaudar fondos. Pero a principio de los noventa la sociedad no era tan tolerante ni tan abierta. De hecho, el detonante del anuncio de Freddy había sido el acoso de varios diarios sensacionalistas británicos, que habían publicado un puñado de fotografías que mostraban la extrema delgadez y el aspecto enfermizo del cantante. Síntomas que Mercury se había preocupado de ocultar con maquillaje y trucos de iluminación en sus últimas apariciones.
Así lo hizo, por ejemplo, el 30 de mayo de ese mismo año, cuando grabó These Are the Days of Our Lives, el que sería su último videoclip, en blanco y negro para disimular la palidez y las ulceras de su piel. Un tema que formaba parte del álbum Innuendo, cuyas letras ya apuntaban a una inminente desaparición de la banda y que contenía la premonitoria canción The Show Must Go On que, como luego aseguraría su círculo más íntimo, reflejaba el estado de ánimo de los últimos días de Mercury.
No debió ser fácil para Freddy aceptar que el espectáculo debía continuar cuando el desapareciera. Aquel comunicado en el que admitía su enfermedad era una salida del armario que le había costado hacer toda su vida y, probablemente, le había atormentado desde la Pascua de 1987 cuando, conmocionado por la muerte de dos de sus antiguos amantes a causa del sida, decidió hacerse los análisis que confirmaron su infección. En 1991 llevaba ya casi tres años recluido en su residencia Garden Lodge de Kensington, donde introducía medicamentos con total secretismo para que nadie sospechara su tratamiento. Pero antes disfrutaba de una ajetreada existencia. Lejos habían quedado aquellas reuniones que organizaba con nombres como 'sábado noche en Sodoma' donde enanos hermafroditas portaban sobre sus cabezas bandejas de plata con un buen surtido de drogas.
Al enterarse de la noticia, Mercury solo confío su condición de seropositivo a tres personas: a su pareja, el peluquero Jim Hutton, que le acompañaría hasta su muerte; a su exnovia de juventud y amiga perpetua, Mary Austin, a quien dejó en herencia gran parte de su fortuna incluyendo los derechos de autor de sus canciones y para quien compuso Love of my life; y al mánager de Queen, Jim Beach.Tiempo después, el cantante, obligado por las circunstancias, lo compartió con el resto de la banda. No en vano, Brian May y compañía tuvieron que aceptar no hacer gira tras publicar The miracle (1989) y trataron de quitarle hierro a las suspicacias de la prensa. Unos medios de comunicación que, para ser honestos, habían respetado hasta entonces bastante la figura de Mercury. A pesar de que ya se dibujaba como uno de los iconos homosexuales de los ochenta, nunca se centraron en su condición de gay.UN SILENCIO AUTOIMPUESTOTampoco hacía falta. La repercusión de su obra musical siempre fue mucho mayor que los detalles de su vida sexual. Todavía hoy resulta complicado encontrar a alguien que no sea capaz de tararear al menos el estribillo de hitscomo We will rock you, We are the Champions o Don't Stop Me Now.
No es casualidad quela Official Charts Company, la lista oficial de discos de UK, confirmara este mismo año que el Greatest Hits lanzado por Queen en 1981 ha sido el álbum más vendido de todos los tiempos en Reino Unido. El primero y único en vender seis millones de copias.Al frente de Queen, Freddie Mercury también fue el amo del arena rock, término acuñado en los setenta para referirse a conciertos sobre escenarios gigantescos ante verdaderas multitudes que hoy tan bien aprovechan bandas como Coldplay, U2 o solistas como Bruce Springsteen y Madonna. Aunque no solo despertaba admiración entre el público que abarrotaba sus shows, sino también compañeros de profesión que siguieron haciendo honor a su figura incluso después de su muerte. David Bowie, por ejemplo, estaba fascinado con su teatralidad. Kurt Cobain reconoció que escuchaba a Queen de forma enfermiza durante la primera gira de Nirvana. Y Lady Gaga, cuyo nombre artístico homenajea al tema Radio Gaga y al propio cantante, siempre ha definido a Mercury como un “emblema a la libertad”.
Es por esto que Mercury nunca tuvo que hacer uso de su sexualidad para vender más discos. Más bien al contrario. Sí, Freddie se permitía ciertas travesuras como la de adoptar el papel de ama de casa con aspiradora en I Want to Break Free o jugar al equívoco haciéndose pasar por la actriz Kim Novak, a cuyo nombre solía registrar sus habitaciones en las giras con Queen. También disfrutaba incluyendo mensajes subliminales y de lo más autobiográfico como cuando en Bohemian Rapsody mataba a su faz heterosexual y apuntaba a una silueta en tacones como su nuevo yo. Pero nunca cruzaba la línea.
Hace veinticinco años y un día, el 23 de noviembre de 1991, Freddy Mercury verbalizó algo que muchos intuían. Lo hizo con un comunicado de prensa con el que pasó de ser uno de los mejores cantantes de rock de la historia a convertirse también en un referente de la lucha contra el VIH. "Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo el sida. Es hora de que mis amigos y mis fans en todo el mundo conozcan la verdad, y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella”, explicaba el cantante a través de su portavoz Roxy Meade.Era la primera vez que una estrella admitía padecer esta enfermedad en lo más alto de su carrera –al menos de cara a su público que ignoraba su estado real–, pero también la confesión que cambió para siempre la percepción pública sobre una pandemia que, hasta entonces, casi nadie miraba a la cara.“Mi intimidad siempre ha sido algo especial para mí y soy conocido por las pocas entrevistas que concedo. Por favor, comprendan que esta pauta continuará", decía Mercury para zanjar el tema. Un día después, el 24 de noviembre de 1991, moría. Podría haberlo hecho en silencio. Pero su valentía sirvió de inspiración a miles de enfermos que se negaron a seguir viviendo en la sombra avergonzados por algo de lo que no tenían culpa.
Porque no hay que olvidar que hoy la lucha contra el sida es algo capaz de reunir a grandes nombres en galas pomposas para recaudar fondos. Pero a principio de los noventa la sociedad no era tan tolerante ni tan abierta. De hecho, el detonante del anuncio de Freddy había sido el acoso de varios diarios sensacionalistas británicos, que habían publicado un puñado de fotografías que mostraban la extrema delgadez y el aspecto enfermizo del cantante. Síntomas que Mercury se había preocupado de ocultar con maquillaje y trucos de iluminación en sus últimas apariciones.
Así lo hizo, por ejemplo, el 30 de mayo de ese mismo año, cuando grabó These Are the Days of Our Lives, el que sería su último videoclip, en blanco y negro para disimular la palidez y las ulceras de su piel. Un tema que formaba parte del álbum Innuendo, cuyas letras ya apuntaban a una inminente desaparición de la banda y que contenía la premonitoria canción The Show Must Go On que, como luego aseguraría su círculo más íntimo, reflejaba el estado de ánimo de los últimos días de Mercury.
No debió ser fácil para Freddy aceptar que el espectáculo debía continuar cuando el desapareciera. Aquel comunicado en el que admitía su enfermedad era una salida del armario que le había costado hacer toda su vida y, probablemente, le había atormentado desde la Pascua de 1987 cuando, conmocionado por la muerte de dos de sus antiguos amantes a causa del sida, decidió hacerse los análisis que confirmaron su infección. En 1991 llevaba ya casi tres años recluido en su residencia Garden Lodge de Kensington, donde introducía medicamentos con total secretismo para que nadie sospechara su tratamiento. Pero antes disfrutaba de una ajetreada existencia. Lejos habían quedado aquellas reuniones que organizaba con nombres como 'sábado noche en Sodoma' donde enanos hermafroditas portaban sobre sus cabezas bandejas de plata con un buen surtido de drogas.
Al enterarse de la noticia, Mercury solo confío su condición de seropositivo a tres personas: a su pareja, el peluquero Jim Hutton, que le acompañaría hasta su muerte; a su exnovia de juventud y amiga perpetua, Mary Austin, a quien dejó en herencia gran parte de su fortuna incluyendo los derechos de autor de sus canciones y para quien compuso Love of my life; y al mánager de Queen, Jim Beach.Tiempo después, el cantante, obligado por las circunstancias, lo compartió con el resto de la banda. No en vano, Brian May y compañía tuvieron que aceptar no hacer gira tras publicar The miracle (1989) y trataron de quitarle hierro a las suspicacias de la prensa. Unos medios de comunicación que, para ser honestos, habían respetado hasta entonces bastante la figura de Mercury. A pesar de que ya se dibujaba como uno de los iconos homosexuales de los ochenta, nunca se centraron en su condición de gay.UN SILENCIO AUTOIMPUESTOTampoco hacía falta. La repercusión de su obra musical siempre fue mucho mayor que los detalles de su vida sexual. Todavía hoy resulta complicado encontrar a alguien que no sea capaz de tararear al menos el estribillo de hitscomo We will rock you, We are the Champions o Don't Stop Me Now.
No es casualidad quela Official Charts Company, la lista oficial de discos de UK, confirmara este mismo año que el Greatest Hits lanzado por Queen en 1981 ha sido el álbum más vendido de todos los tiempos en Reino Unido. El primero y único en vender seis millones de copias.Al frente de Queen, Freddie Mercury también fue el amo del arena rock, término acuñado en los setenta para referirse a conciertos sobre escenarios gigantescos ante verdaderas multitudes que hoy tan bien aprovechan bandas como Coldplay, U2 o solistas como Bruce Springsteen y Madonna. Aunque no solo despertaba admiración entre el público que abarrotaba sus shows, sino también compañeros de profesión que siguieron haciendo honor a su figura incluso después de su muerte. David Bowie, por ejemplo, estaba fascinado con su teatralidad. Kurt Cobain reconoció que escuchaba a Queen de forma enfermiza durante la primera gira de Nirvana. Y Lady Gaga, cuyo nombre artístico homenajea al tema Radio Gaga y al propio cantante, siempre ha definido a Mercury como un “emblema a la libertad”.
Es por esto que Mercury nunca tuvo que hacer uso de su sexualidad para vender más discos. Más bien al contrario. Sí, Freddie se permitía ciertas travesuras como la de adoptar el papel de ama de casa con aspiradora en I Want to Break Free o jugar al equívoco haciéndose pasar por la actriz Kim Novak, a cuyo nombre solía registrar sus habitaciones en las giras con Queen. También disfrutaba incluyendo mensajes subliminales y de lo más autobiográfico como cuando en Bohemian Rapsody mataba a su faz heterosexual y apuntaba a una silueta en tacones como su nuevo yo. Pero nunca cruzaba la línea.