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Pero con el correr de los minutos comenzó a notarse que Trump no se había preparado lo suficiente para este debate porque trastabilló en respuestas sobre temas que eran seguros que se iban a tocar. Por ejemplo, su cambio de opinión sobre el lugar de nacimiento de Barack Obama o su negativa a difundir su declaración de impuestos. Además, insólitamente, volvió a decir que él no había apoyado la guerra en Irak, cuando ya hay evidencia que indica lo contrario.
También Trump perdió la oportunidad de atacar a Hillary en dos temas que más la incomodan: el escándalo por el mal uso de los mails (solo hubo una mención y él no insistió sobre eso) y también la famosa “canasta de deplorables”, una frase infeliz con la que ella calificó hace semanas al 50% de los votantes del magnate. Contenido, no la atacó por “mentirosa” o por su falta de credibilidad, algo que hace habitualmente en la campaña.
Hillary se soltó y cambió la tension original por sonrisas, mientras Trump gesticulaba ofuscado. Entonces, como una ajedrecista, Hillary tenía una movida para cada jugada. Dijo que eran “racistas” los comentarios de Trump sobre el lugar de origen de Obama y evidentemente tenía su respuesta preparada sobre su presunta “falta de energía” para ser presidente, algo que inmediatamente dio vuelta para atacar a Trump sobre su maltrato a las mujeres.
Empezó apretada, terminó cómoda. Pero es probable que no sea suficiente para que haya un cambio drástico en las encuestas. Conviene tener en cuenta que ésta es una campaña inédita y que Trump ha roto todos los esquemas de la tradición política. Cuando hace un año los analistas lo tildaban de payaso, él ahora compite de igual a igual con la mismísima Hillary.
Dijo ayer Trump: “Este país es un desastre, precisa ley y orden”.