Domingo 26/11/2017, 10:16:19
Un nene envidioso
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Les quería compartir este escrito de Andrés Morando, de Olé Clarín, ya que soy un gran amante de los buenos escritos, y este particularmente me encantó.
Advertencia preliminar: esta columna no se remitirá a ninguna acción del juego llevado a cabo ayer en la ciudad de Avellaneda. Es que, amigos Diablos, estoy verdaderamente compungido. Un nene me mira con ojos vidriosos, enrojecidos por la rabia. Le pregunto qué le pasa y me pide que lo acompañe por Alsina hasta el Libertadores. Cuando el templo se deja ver ante él, me comenta: “Ya ni los puedo cargar con que tienen una prefabricada. No se vino nunca abajo”. Así que retoma por Alsina y lo sigo hasta Avenida Mitre. Cuando llegamos al 470, ve luz e ingresa a la sede. Estupefacto, me suspira: “No creía que hubiesen ganado tantas Copas. Creí que se vivían haciendo propaganda...”. Cada vez más fastidioso, ahora su cara se sonroja al leer en su celular la noticia de que son ¡24! los partidos de diferencia en el historial por torneos de la AFA entre su equipo y el otro, el innombrable. Y además la pantalla le informa que la caída -“otra vez, no lo puedo creer” refunfuña-, fue ante el eterno rival con suplentes y un jugador menos desde los 33 minutos del primer tiempo. Intento persuadirlo y explicarle que la envidia es un vicio alejado del placer, que es un mero pesar por el bien ajeno. Pero el pibe me observa desconfiado. Y sube la apuesta: “El martes que viene me voy a sentar a esperar que queden afuera de la Sudamericana. Les quiero ver la cara cuando lloren la eliminación”. Yo, cada vez más sorprendido, le contesto que eso será poco probable, porque el equipo que él no puede ver ni en figuritas cuenta con una rica tradición en noches coperas. Así que no hay caso, amigos Diablos, no puedo cambiar un ápice su vil sentimiento. Y lo que me corroe es que ese nene es ni más ni menos que ¡mi hijo! Un nene envidioso.
Advertencia preliminar: esta columna no se remitirá a ninguna acción del juego llevado a cabo ayer en la ciudad de Avellaneda. Es que, amigos Diablos, estoy verdaderamente compungido. Un nene me mira con ojos vidriosos, enrojecidos por la rabia. Le pregunto qué le pasa y me pide que lo acompañe por Alsina hasta el Libertadores. Cuando el templo se deja ver ante él, me comenta: “Ya ni los puedo cargar con que tienen una prefabricada. No se vino nunca abajo”. Así que retoma por Alsina y lo sigo hasta Avenida Mitre. Cuando llegamos al 470, ve luz e ingresa a la sede. Estupefacto, me suspira: “No creía que hubiesen ganado tantas Copas. Creí que se vivían haciendo propaganda...”. Cada vez más fastidioso, ahora su cara se sonroja al leer en su celular la noticia de que son ¡24! los partidos de diferencia en el historial por torneos de la AFA entre su equipo y el otro, el innombrable. Y además la pantalla le informa que la caída -“otra vez, no lo puedo creer” refunfuña-, fue ante el eterno rival con suplentes y un jugador menos desde los 33 minutos del primer tiempo. Intento persuadirlo y explicarle que la envidia es un vicio alejado del placer, que es un mero pesar por el bien ajeno. Pero el pibe me observa desconfiado. Y sube la apuesta: “El martes que viene me voy a sentar a esperar que queden afuera de la Sudamericana. Les quiero ver la cara cuando lloren la eliminación”. Yo, cada vez más sorprendido, le contesto que eso será poco probable, porque el equipo que él no puede ver ni en figuritas cuenta con una rica tradición en noches coperas. Así que no hay caso, amigos Diablos, no puedo cambiar un ápice su vil sentimiento. Y lo que me corroe es que ese nene es ni más ni menos que ¡mi hijo! Un nene envidioso.