Viernes 18/06/2021, 13:43:12
Socialismo vs. Liberalismo
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Está claro que, a largo plazo, el liberalismo ha demostrado ser mucho más efectivo que el socialismo como modelo económico, de acuerdo con los ejemplos que podemos ver en el mundo. No obstante, en un contexto de alta pobreza estructural, el socialismo es más efectivo para resolver urgencias inmediatas, si bien a la larga se convierte en un modelo insostenible. Por otro lado, el liberalismo puede llegar a dar buenos frutos si se lo sostiene el tiempo suficiente; el problema precisamente radica en el proceso para llegar a ese punto. Para graficarlo de alguna manera, en un país como el nuestro, el liberalismo es como un barco que se hunde antes de llegar a la orilla; mientras que el socialismo quizás pueda mantenerse a flote más tiempo, pero eventualmente también se hunde porque no tiene un destino certero.
En esencia, el socialismo se encarga de emparchar problemas aplicando políticas intervencionistas y recurriendo al asistencialismo; pero no soluciona el problema de fondo (gastar más que lo que se produce) y los parches se terminan desgastando y rompiendo. Por su parte, el liberalismo es altamente favorable para los negocios, atrayendo inversiones y permitiendo que la economía se mueva y crezca; pero a corto y mediano plazo sólo los ricos se ven favorecidos por este sistema, mientras que la clase trabajadora tiene que esperar muchos años para que algo ese crecimiento se derrame y tenga un impacto sustancial en su calidad de vida. De hecho, con el objetivo de promover la libertad de mercado, el liberalismo baja o quita impuestos, desfinanciando al Estado; y de esta manera se baja el gasto público, pero así también se desatienden las necesidades sociales de los sectores más desprotegidos. Esto no sólo atenta contra el bienestar social, que es una obligación prioritaria del Estado, sino que también hace que el mismo modelo económico caduque, siendo desechado en las urnas por los votantes, especialmente en países con altos niveles de pobreza.
Otra premisa del liberalismo es que, al atraer más inversiones, permite generar más puestos de trabajo. Pero en un país con tanta imprevisibilidad política y económica como el nuestro surgen dos grandes problemas. En primer lugar, ante la incertidumbre de lo que se espera para el futuro cercano, llegan más inversiones especulativas que inversiones productivas, lo cual eventualmente exige un aumento de las tasas de interés para evitar que esos capitales se fuguen; y a su vez, cuando la especulación financiera se hace más redituable que el trabajo productivo, se destruye la economía real, se cae en recesión y se pierden puestos de trabajo. En segundo lugar, si efectivamente llegaran inversiones productivas para ampliar la oferta laboral, rara vez esto favorece a los sectores sociales que no tuvieron la oportunidad de capacitarse para poder realizar tales trabajos. Por eso en nuestra región el liberalismo ha tenido cierto éxito en un país como Chile, donde el sistema fue impuesto durante muchos años por una dictadura militar, hasta que por decantación tuvo algunos buenos resultados, por lo que el modelo fue mantenido cuando los chilenos recuperaron la democracia. Pero así y todo el modelo liberal hoy está tambaleando en Chile, porque no ha llegado a satisfacer a una mayoría de la población que no ha visto grandes avances en su calidad de vida a pesar del enorme crecimiento macroeconómico que ha tenido ese país en los últimos años, mientras mira cómo una minoría privilegiada se enriquece cada vez más.
Con respecto al socialismo, se entiende que su intención, en el mejor de los casos, no es estancarse en el asistencialismo, sino promover la igualdad de oportunidades para que a largo plazo cada uno pueda auto-sostenerse con su propio esfuerzo. El acceso a buena educación, salud y alimentación es fundamental para que un niño nacido en un contexto de extrema pobreza pueda tener alguna perspectiva de futuro. Esta premisa del socialismo es válida e incuestionable; pero esta visión también demanda decretar la propia muerte del modelo en el futuro, si efectivamente se logra que la gran mayoría de la sociedad se gane el pan con su propio esfuerzo y ya no necesite de la asistencia del Estado, lo cual daría pie para que, ahora sí, el liberalismo tome la posta. Pero por diversas razones esto no es lo que ocurre en la práctica. Fundamentalmente porque los socialistas suelen pecar de ideologismo, donde levantar una bandera política pasa a ser más importante que el objetivo primordial, que es el bienestar el pueblo. Entonces no se plantea un proyecto de país que tienda a bajar impuestos y liberar la economía para favorecer el crecimiento, pues ya no importa qué es lo que más le conviene al pueblo, sino que prevalece la idea de oponerse al poder económico como enemigo mortal. El modelo de Estado omnipresente tampoco ayuda, porque no es suficiente para dar trabajo genuino a toda la población; y cuando aumenta impuestos para redistribuir la riqueza, desincentiva inversiones y hace que cierren empresas, aumentando la pobreza y, por ende, el asistencialismo. Y así cada vez hay menos riqueza para repartir, no por falta de recursos naturales, sino por la falta de la iniciativa privada que el sector público no llega a suplir. En otras palabras, aumenta el gasto a la vez que baja la recaudación; y ese desfasaje se paga con más inflación, más impuestos y/o más endeudamiento. Además, el mundo ya no es como el de los primeros años de la Unión Soviética, cuando los frutos de una economía cerrada podían alcanzar para complacer las demandas de una sociedad que no aspiraba a más que trabajo, techo y comida. Lo cierto es que, aun con todas sus miserias, el capitalismo ha demostrado ser más eficaz que el comunismo para cumplir con las nuevas exigencias que trajo el progreso, y los países deben adaptarse a esta realidad o retroceder cien años.
En conclusión, el socialismo busca favorecer al pobre a expensas del rico; pero termina repartiendo poco entre muchos. En contraste, el liberalismo le pide paciencia al pobre mientras beneficia al rico; y en el largo proceso reparte mucho entre pocos. Pero de alguna manera países como Alemania y Japón lograron salir adelante luego de quedar devastados tras la Segunda Guerra Mundial; y esto lo lograron no sólo con mucho esfuerzo y trabajo, sino también con una visión clara de futuro. Si la misión socialista de igualar oportunidades en el presente ofreciera un horizonte liberal como plan futuro, con gestos claros y certeros hacia todos los sectores, quizás podamos llegar a la orilla sin que nadie muera ahogado en el mar durante el viaje. No hablo de hacer un monumento al gradualismo, sino de definir una política de Estado precisa que, aun con matices e improntas diferentes, sea respetada por todos los gobiernos de cualquier color político. Mientras exista tanta desigualdad, habrá que encontrar un equilibrio sano entre crecimiento económico y justicia social, al menos hasta que dejen de ser un dilema dicotómico y una cosa empiece a ir de la mano con la otra. Quizás esta pandemia sea lo más parecido que hemos tenido a una guerra mundial y al menos sirva para que ordenemos un poco nuestras ideas de cara al futuro.
En esencia, el socialismo se encarga de emparchar problemas aplicando políticas intervencionistas y recurriendo al asistencialismo; pero no soluciona el problema de fondo (gastar más que lo que se produce) y los parches se terminan desgastando y rompiendo. Por su parte, el liberalismo es altamente favorable para los negocios, atrayendo inversiones y permitiendo que la economía se mueva y crezca; pero a corto y mediano plazo sólo los ricos se ven favorecidos por este sistema, mientras que la clase trabajadora tiene que esperar muchos años para que algo ese crecimiento se derrame y tenga un impacto sustancial en su calidad de vida. De hecho, con el objetivo de promover la libertad de mercado, el liberalismo baja o quita impuestos, desfinanciando al Estado; y de esta manera se baja el gasto público, pero así también se desatienden las necesidades sociales de los sectores más desprotegidos. Esto no sólo atenta contra el bienestar social, que es una obligación prioritaria del Estado, sino que también hace que el mismo modelo económico caduque, siendo desechado en las urnas por los votantes, especialmente en países con altos niveles de pobreza.
Otra premisa del liberalismo es que, al atraer más inversiones, permite generar más puestos de trabajo. Pero en un país con tanta imprevisibilidad política y económica como el nuestro surgen dos grandes problemas. En primer lugar, ante la incertidumbre de lo que se espera para el futuro cercano, llegan más inversiones especulativas que inversiones productivas, lo cual eventualmente exige un aumento de las tasas de interés para evitar que esos capitales se fuguen; y a su vez, cuando la especulación financiera se hace más redituable que el trabajo productivo, se destruye la economía real, se cae en recesión y se pierden puestos de trabajo. En segundo lugar, si efectivamente llegaran inversiones productivas para ampliar la oferta laboral, rara vez esto favorece a los sectores sociales que no tuvieron la oportunidad de capacitarse para poder realizar tales trabajos. Por eso en nuestra región el liberalismo ha tenido cierto éxito en un país como Chile, donde el sistema fue impuesto durante muchos años por una dictadura militar, hasta que por decantación tuvo algunos buenos resultados, por lo que el modelo fue mantenido cuando los chilenos recuperaron la democracia. Pero así y todo el modelo liberal hoy está tambaleando en Chile, porque no ha llegado a satisfacer a una mayoría de la población que no ha visto grandes avances en su calidad de vida a pesar del enorme crecimiento macroeconómico que ha tenido ese país en los últimos años, mientras mira cómo una minoría privilegiada se enriquece cada vez más.
Con respecto al socialismo, se entiende que su intención, en el mejor de los casos, no es estancarse en el asistencialismo, sino promover la igualdad de oportunidades para que a largo plazo cada uno pueda auto-sostenerse con su propio esfuerzo. El acceso a buena educación, salud y alimentación es fundamental para que un niño nacido en un contexto de extrema pobreza pueda tener alguna perspectiva de futuro. Esta premisa del socialismo es válida e incuestionable; pero esta visión también demanda decretar la propia muerte del modelo en el futuro, si efectivamente se logra que la gran mayoría de la sociedad se gane el pan con su propio esfuerzo y ya no necesite de la asistencia del Estado, lo cual daría pie para que, ahora sí, el liberalismo tome la posta. Pero por diversas razones esto no es lo que ocurre en la práctica. Fundamentalmente porque los socialistas suelen pecar de ideologismo, donde levantar una bandera política pasa a ser más importante que el objetivo primordial, que es el bienestar el pueblo. Entonces no se plantea un proyecto de país que tienda a bajar impuestos y liberar la economía para favorecer el crecimiento, pues ya no importa qué es lo que más le conviene al pueblo, sino que prevalece la idea de oponerse al poder económico como enemigo mortal. El modelo de Estado omnipresente tampoco ayuda, porque no es suficiente para dar trabajo genuino a toda la población; y cuando aumenta impuestos para redistribuir la riqueza, desincentiva inversiones y hace que cierren empresas, aumentando la pobreza y, por ende, el asistencialismo. Y así cada vez hay menos riqueza para repartir, no por falta de recursos naturales, sino por la falta de la iniciativa privada que el sector público no llega a suplir. En otras palabras, aumenta el gasto a la vez que baja la recaudación; y ese desfasaje se paga con más inflación, más impuestos y/o más endeudamiento. Además, el mundo ya no es como el de los primeros años de la Unión Soviética, cuando los frutos de una economía cerrada podían alcanzar para complacer las demandas de una sociedad que no aspiraba a más que trabajo, techo y comida. Lo cierto es que, aun con todas sus miserias, el capitalismo ha demostrado ser más eficaz que el comunismo para cumplir con las nuevas exigencias que trajo el progreso, y los países deben adaptarse a esta realidad o retroceder cien años.
En conclusión, el socialismo busca favorecer al pobre a expensas del rico; pero termina repartiendo poco entre muchos. En contraste, el liberalismo le pide paciencia al pobre mientras beneficia al rico; y en el largo proceso reparte mucho entre pocos. Pero de alguna manera países como Alemania y Japón lograron salir adelante luego de quedar devastados tras la Segunda Guerra Mundial; y esto lo lograron no sólo con mucho esfuerzo y trabajo, sino también con una visión clara de futuro. Si la misión socialista de igualar oportunidades en el presente ofreciera un horizonte liberal como plan futuro, con gestos claros y certeros hacia todos los sectores, quizás podamos llegar a la orilla sin que nadie muera ahogado en el mar durante el viaje. No hablo de hacer un monumento al gradualismo, sino de definir una política de Estado precisa que, aun con matices e improntas diferentes, sea respetada por todos los gobiernos de cualquier color político. Mientras exista tanta desigualdad, habrá que encontrar un equilibrio sano entre crecimiento económico y justicia social, al menos hasta que dejen de ser un dilema dicotómico y una cosa empiece a ir de la mano con la otra. Quizás esta pandemia sea lo más parecido que hemos tenido a una guerra mundial y al menos sirva para que ordenemos un poco nuestras ideas de cara al futuro.